«La rabia es una señal que entrega el cuerpo de que algo no anda bien y que se debe tomar una postura de defensa o de lucha y está al servicio de la adaptación de las personas”
Escucho frecuentemente comentarios de muchas personas que dicen que la gente está más enrabiada, que hay que tener cuidado porque por algo insignificante, como tocar a alguien sin querer en la calle, hay quienes se enojan de manera muy poco controlada y habría que andar con cuidado porque nunca se sabe quién está al lado de uno.
Cuando la rabia lleva a las personas a dejar de lado la empatía y el respeto por los otros y caen en comportamientos descontrolados, de los que sólo se dan cuenta frente a las innegables consecuencias de su actuar, se está ante un grave problema. La rabia se transforma en un temible enemigo, que los hace perder el control de sí mismos. Quienes se dejan invadir por la ira explotan, no siendo capaces de pensar antes de actuar.
Otra forma en que la rabia aparece como un enemigo es diametralmente opuesta: se produce cuando las personas la bloquean, no logrando experimentarla, lo que hace que no reaccionen ante provocaciones externas, por lo que no se defienden. En muchas de estas personas el gran problema es que la rabia se disfraza de tristeza. De alguna forma la rabia la dirigen hacia ellos mismos y en vez de exteriorizar su malestar ésta queda en su interior, provocándose un daño a sí mismos.
Entre estos dos extremos podemos encontrar diferentes grados de dificultad en el manejo de la rabia. Probablemente encontrar el equilibrio y actuar de forma asertiva es el mayor desafío.
Cómo las personas expresan la rabia no es al azar, es el resultado de su capacidad de controlar sus impulsos y de los modelos de los cuales han aprendido a expresar esta emoción, especialmente de las primeras relaciones con sus padres y otras personas que se hayan convertido en referentes durante su formación.
Por ejemplo, un padre agresivo, sin control sobre la ira que reacciona a gritos, amenazando, descalificando, rompiendo cosas y hasta golpeando, puede ser un modelo del cual un niño aprende este comportamiento o, por el contrario, puede que el niño comprenda lo dañino de las consecuencias de ese actuar y reaccione en forma contraria, reprimiendo la rabia.
La rabia debe ser una aliada porque su sana expresión es fundamental, permite que la gente defienda lo que considera importante, como sus derechos, el bienestar de quienes quiere, pero la forma de expresarla requiere de asertividad y esta se aprende. Quienes no han tenido la suerte de contar con modelos parentales asertivos deberán descubrir cómo reaccionan ante situaciones que les producen rabia, cuál es su tendencia, hacía qué polo tienden a actuar.
Comprender que para hacer de la rabia una aliada hay que perderle el miedo. La rabia es una señal que entrega el cuerpo de que algo no anda bien y que se debe tomar una postura de defensa o de lucha y está al servicio de la adaptación de las personas.
Sería esperable que una persona experimente esta emoción ocasionalmente y que logre modular su expresión de forma adecuada a la situación, sin caer en descontroles o pasando a llevar a otros.
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